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viernes, 2 de noviembre de 2012

De las alegrías y de las pasiones


Otro texto de  Nietzsche, en este caso sobre las virtudes; no tan tremendista como el anterior pero igual de sabio.

De las alegrías y de las pasiones


 
 
Hermano mío, si tienes una virtud, y esa virtud es la tuya, entonces no la tienes en común con nadie. Ciertamente, tú quieres llamarla por su nombre y acari­ciarla; quieres tirarle de la oreja y divertirte con ella.
¡Y he aquí que tienes su nombre en común con el pueblo y que, con tu virtud, te has convertido en pueblo y en rebaño! Harías mejor en decir: «inexpresable y sin nombre es aque­llo que constituye el tormento y la dulzura de mi alma, y que es incluso el hambre de mis entrañas».
Sea tu virtud demasiado alta para la familiaridad de los nombres: y si tienes que hablar de ella, no te avergüences de balbucear al hacerlo.
Habla y balbucea así: «Éste es mi bien, esto es lo que yo amo, así me agrada del todo, únicamente así quiero yo el bien. No lo quiero como ley de un Dios, no lo quiero como pre­cepto y forzosidad de los hombres: no sea para mí una guía hacia super-tierras y hacia paraísos.
Una virtud terrena es la que yo amo: en ella hay poca inte­ligencia, y lo que menos hay es la razón de todos.
Pero ese pájaro ha construido en mí su nido: por ello lo amo y lo aprieto contra mi pecho; ahora incuba en mí sus áureos huevos.»
Así debes balbucir y alabar tu virtud.
En otro tiempo tenías pasiones y las llamabas malvadas. Pero ahora no tienes más que tus virtudes: han surgido de tus pasiones.
Pusiste tu meta suprema en el corazón de aquellas pasiones: entonces se convirtieron en tus virtudes y alegrías.
Y aunque fueses de la estirpe de los coléricos o de la de los lujuriosos, o de los fanáticos de su fe o de los vengativos:
Al final todas tus pasiones se convirtieron en virtudes y to­dos tus demonios en ángeles.
En otro tiempo tenías perros salvajes en tu mazmorra: pero al final se transformaron en pájaros y en amables canto­ras.
De tus venenos has extraído tu bálsamo, has ordeñado a tu vaca Tribulación; ahora bebes la dulce leche de sus ubres. Y ninguna cosa malvada surgirá ya de ti en el futuro, a no ser el mal que surja de la lucha de tus virtudes.
Hermano mío, si eres afortunado tienes una sola virtud, y nada más que una: así atraviesas con mayor ligereza el puente.
Es una distinción tener muchas virtudes, pero es una pesa­da suerte; y más de uno se fue al desierto y se mató porque es­taba cansado de ser batalla y campo de batalla de virtudes.
Hermano mío, ¿son males la guerra y la batalla? Pero ese mal es necesario; necesarios son la envidia y la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes.
Mira cómo cada una de tus virtudes codicia lo más alto de todo: quiere tu espíritu íntegro, para que éste sea su heraldo, quiere toda tu fuerza en la cólera, en el odio y en el amor.
Celosa está cada virtud de la otra, y cosa horrible son los ce­los. También las virtudes pueden perecer de celos.
Aquel a quien la llama de los celos lo circunda acaba vol­viendo contra sí mismo el aguijón envenenado, igual que el escorpión.
Ay, hermano mío, ¿no has visto nunca todavía a una virtud calumniarse y acuchillarse a sí misma?
El hombre es algo que tiene que ser superado: y por ello tie­nes que amar tus virtudes; pues perecerás a causa de ellas.
Así habló Zaratustra.
 
Friedrich Wilhelm Nietzsche  (Röcken, cerca de Lützen, 15 de octubre de 1844Weimar, 25 de agosto de 1900)

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