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domingo, 11 de noviembre de 2012

La guerra desde el punto de vista de un parado: La crisis


La ensoñación de la conciencia alcanza su paradoja más gélida mientras busco entre los restos de la nevera. Me siento desamparado y desconectado de esta azarosa connivencia de lo sobrio con lo alegre; además, no olvido mi prisión, al igual que todo mísero condenado en las mazmorras de la incomprensión. Ya sé que no debiera acabar siempre en la molicie, pues su trayecto es siempre fatuo. Sin embargo, en ella zambullo de nuevo mi realidad, recurriendo a mi currículo espiritual, éste actúa como último plomo para el ahogado. Rehúso recitároslo al completo como poema al viento, tan solo añadiré que he olvidado lo que aprendió mi experiencia.

Acoto mis pensamientos ante los privilegios de nuestra hedónica civilización occidental y su metáfora impertinente del bienestar. Tenemos el consuelo de no pasar hambre y no estar en guerra. Debería agradecérselo a los que derraman nuestra sangre en otros cuerpos, a todos esos utópicos guerreros que luchan para mi voluble realidad. En realidad, nunca valoraré lo suficiente el no participar en una batalla en la que me juegue la vida. Tampoco valoraré suficientemente el privilegio de beber leche fresca de la nevera sin necesidad de ordeñarla.
Pero volvamos al presente, pacifico pero con luchas. Hoy es viernes, momento del tiempo o punto de concertación en que el surrealismo es trasladado a la orfandad de las esperanzas. Otras veinticuatro horas en las cuales disminuirá mi activo y aumentará mi pasivo, pues todo está subordinado a mi intranquilidad contemplativa. No sé si estas combinaciones son posibles. Lo que tengo claro es que seguiré a perseguir las migajas como Pulgarcito, sin que los pasos me alejen del informe ogro circunstancial. Ante su crueldad poco valen las palabras. Sólo queda exaltar lo que se quiere, pero sin buscarlo. Así, si escucháis, miráis, o leéis mis pensamientos, únicamente os ruego que lancéis un cable a este naufrago. Para localizarme, mirad en el pozo de los desatinos, justo en el centro del laberinto que es esta repetición. Si no lo encontráis ahí, buscad a la vaca flaca que me alimenta.

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