La ensoñación de la conciencia alcanza su paradoja más gélida
mientras busco entre los restos de la nevera. Me siento desamparado y
desconectado de esta azarosa connivencia de lo sobrio con lo alegre; además, no
olvido mi prisión, al igual que todo mísero condenado en las mazmorras de la
incomprensión. Ya sé que no debiera acabar siempre en la molicie, pues su
trayecto es siempre fatuo. Sin embargo, en ella zambullo de nuevo mi realidad,
recurriendo a mi currículo espiritual, éste actúa como último plomo para el
ahogado. Rehúso recitároslo al completo como poema al viento, tan solo añadiré
que he olvidado lo que aprendió mi experiencia.
Acoto mis pensamientos ante los privilegios de nuestra hedónica
civilización occidental y su metáfora impertinente del bienestar. Tenemos el
consuelo de no pasar hambre y no estar en guerra. Debería agradecérselo a los
que derraman nuestra sangre en otros cuerpos, a todos esos utópicos
guerreros que luchan para mi voluble realidad. En realidad, nunca valoraré
lo suficiente el no participar en una batalla en la que me juegue la vida.
Tampoco valoraré suficientemente el privilegio de beber leche fresca de la
nevera sin necesidad de ordeñarla.
Pero volvamos al presente, pacifico pero con luchas. Hoy
es viernes, momento del tiempo o punto de concertación en que el surrealismo es
trasladado a la orfandad de las esperanzas. Otras veinticuatro horas en las
cuales disminuirá mi activo y aumentará mi pasivo, pues todo está subordinado a
mi intranquilidad contemplativa. No sé si estas combinaciones son posibles. Lo
que tengo claro es que seguiré a perseguir las migajas como Pulgarcito, sin que
los pasos me alejen del informe ogro circunstancial. Ante su crueldad poco
valen las palabras. Sólo queda exaltar lo que se quiere, pero sin buscarlo. Así,
si escucháis, miráis, o leéis mis pensamientos, únicamente os ruego que lancéis
un cable a este naufrago. Para localizarme, mirad en el pozo de los desatinos,
justo en el centro del laberinto que es esta repetición. Si no lo encontráis
ahí, buscad a la vaca flaca que me alimenta.
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