Podríamos inventar el regalo para todos los
adioses, podríamos salir de la senda de todas las bienvenidas, podríamos pero
no podemos. En su lugar, quedamos
encerrados en el callejón sin salida, pasmados ante la huída del retoño que no
quiere más caridad que la de su amada, pasmados ante su orgasmo lleno de
vergüenza. ¿Quién invento acaso esta idea? Como dice el grupo de Pamplona (los
nunca bien ponderados “Barricada”): “Otros llegarán después, no la dejarán caer
al suelo”.
A pesar de las canciones, no hay salida para tanto grito, para tanta
teta y tantas salidas: “una pierna encima de otra, nunca se puso cachonda ni se
sabe bien por qué”. Alguna ignoraba mis sensaciones y casi acierto la primitiva
con sus millones llenos de huesos, el disco giraba “Por instinto”; en otro disco
comprado en la misma época Kurt Cobain lloraba mi amor frustrado, nadie pidió
clemencia y los autos chocaron en un bar de carretera.
Tienes acaso suficiente luz para este insulto, o
has caído en el desacato más simplón, me gusta tu sonrisa. No importa: “ninguna
bandera me pone carne de gallina, ninguna bandera me pone de pie”, y caes
rendida mientras suena el himno; ya podemos entrar en el taxi, ya podemos
contar los minutos mientras la historia se acaba, nadie quiere ya volver a
aquellos tiempos malditos. Algo se hizo mal, ahora renegamos, no teníamos
paciencia.
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