Mientras elucubro otros padecen. Los
niños juegan protegidos por los soportales, lo que toca hoy es
improvisar guerras con sus petardos, les tengo simpatía, pero a la
vez no soporto sus ruidos sorpresa. Con tanta nube, la ciudad parece
tan lúgubre como sus habitantes. La nota de colorido es puesta de
nuevo por los barrenderos al trabajar, con sus impermeables
amarillos, debajo de la persistente lluvia. Vuelva a casa andando por
la destacable ciudad vieja, claridad de piedras entrañables que
susurran más que rezan peleas históricas. ¿Cuántas puñaladas?
¿Cuántas inocencias ultrajadas en cuerpo o en espíritu? En los
tiempos actuales esta zona es transitada por el ambiente estudiantil
en las noches de juerga, en las noches que agotan la inocencia y
buscan destinos ignorados por los abusos impuestos sobre uno mismo.
En otra época,
las luces de Navidad
enredaban un contexto que luchaba por ser y no era, físicamente se
podía afirmar que conservaba muchos recuerdos apacibles. Eso no era
raro, el egoísta
egocéntrico del más alto ego también recorrió esta calle de
piedras tanto físicas como espirituales, busqué entre las rocas una
gema, una esmeralda o quizás una veta de oro; pero, a pesar de
golpear con fuerza todas estas paredes, sólo encontré silencio y
desdicha. La calle y la lluvia siguen siendo las mismas, pero no el
espectador, le han afectado el tiempo empleado en la búsqueda y el
cansancio de la entrega.
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